Vencidos por el tiempo

En un segundo relato todos y cada uno de mis diminutos fragmentos temporales...


El último beso


Desde que llegué a esta increíble ciudad el siete de octubre del pasado año, la información ha sido uno de los bienes más deseados. Ya, ya lo sé, puede resultar sorprendente porque se supone que algunos llegaremos a ser periodistas un día no muy lejano. Pero bueno, el caso es que en el momento en que aterricé en el aeropuerto de Fiumicino perdí toda posibilidad de mantenerme informado.

Incomunicación podría haber sido nuestro segundo apellido, hasta que un buen día, concretamente hace un par de semanas, llegó ella. Portadora de colores, imágenes, datos, anécdotas, risas, no podía ser otra que la televisión. En el quinto mes de Erasmus, por fin, nuestros caseros se dignaron a comprarnos una, que, por cierto, está en la cocina porque aún no disfrutamos de un salón en beneficio de un conejo del tamaño de un perro. Probablemente, Saray (mi inseparable compañera de aventuras) y yo no tendremos el placer de usar el “saloto”, pero ese es otro tema del que prefiero no hablar.

Con la ayuda de la televisión nuestros momentos de no saber qué hacer cuando estamos en casa se nos hacen más amenos y a la vez podemos estar al tanto de lo que ocurre en el resto del mundo. De este modo, la televisión e Internet se han convertido en nuestras principales fuentes. De hecho, gracias a la red llegó a mis manos la siguiente noticia. En Inglaterra se prohibían los besos impuros en las representaciones teatrales escolares. Oh, my God!! Según un proyecto legislativo, los profesores tendrán que censurar las escenas amorosas que impliquen "contacto físico íntimo", lo que afectará necesariamente, por ejemplo, al gesto final del moribundo Romeo cuando, en la obra de Shakespeare, pide a Julieta un último beso. En teoría, la idea responde a las acusaciones de abusos sexuales de las que fue objeto un profesor de arte dramático de una escuela galesa, que se suicidó en octubre de 2001. La solución acordada consiste en adaptar o censurar (entonando, a la vez, el ‘Cara al sol’, supongo) los actos para, atención, proteger a los niños y adolescentes.

Visto lo visto, me declaro totalmente de acuerdo con aquellos críticos que consideran que se protege a los niños de lo que no hay que protegerlos y que si hay profesores sospechosos de abusos sexuales, lo que hay que hacer es denunciarlos, pero no aplicar las tijeras de la censura a una obra teatral.

Paco nunca viene


Una de las miles de cosas maravillosas que tiene la beca Erasmus es que, además de estar en un país diferente al tuyo, tienes la oportunidad (aunque algunos no la aprovechemos) de conocer a personas de todos los lugares habidos y por haber. Italianos, franceses, polacos, ingleses... y muchas nacionalidades que seguro me dejo atrás. Pero, quizás, lo más curioso sea la cantidad de españoles que conviven en esta ciudad, ya sean turistas o estudiantes. De hecho, a veces me da por pensar que quién se ha quedado en la península, porque deben estar todos aquí.

Cada uno somos, además de nuestro padre y de nuestra madre, de una ciudad y/o provincia española distinta. Madrid, Cádiz, Almería, Badajoz, Galicia, Tenerife y un largo etcétera conforman este puzzle de procedencias. Una amplia variedad de formas de vida y pensamientos que acaban por mezclarse. Es por ello que expresiones que no has escuchado en tu vida terminan saliendo de tu boca sin darte cuenta. Puede que, incluso, lleguen a decirte que eres de un sitio en función de un acento que te delata pero que no es el tuyo. Ejemplo: Tú (refiriéndose a mi) por el acento eres de Tenerife, verdad? No, lo siento, se supone que soy de Cádiz, pero gracias por intentarlo. De todos modos, en otro momento/artículo profundizaré sobre el tema de la personalidad lingüística, ahora me centraré en las expresiones pegadizas.

“Chiquita mierda”, “Hola” y “Hasta luego” (no como forma de saludo), “No me sale de la gana”, “Panchito”, “Antonia”, “Cojones” y “Pisha” (con sutil acento gaditano), “Tum Tum Pa” (refiriéndome a la música tecno)... Pero quizás la expresión que hasta ahora ha hecho mella entre nosotros ha sido “No viene ni Paco”. El susodicho debe ser un hombre muy aburrido porque nunca se une a nuestras iniciativas. Siempre que falta alguien suele ser él y aún no comprendo el por qué. Puede ser también que sea un señor entradito en años, cuyo trabajo no le deje tener vida social. Porque a mi que me digan lo contrario, pero una persona que no acude nunca a los diferentes acontecimientos no puede tener ningún tipo de vida social, y si no que “baje Dios y lo vea”.

Aún recuerdo la última vez que Paco no vino. Todos los Erasmus, digamos que los más allegados, quedamos “a eso de las once y media” en Pirámide (sitio habitual del botellón hispano-romano). Como alma que lleva el diablo, los integrantes de Bologna’s House, es decir, los que vivimos en esta nuestra casa en Roma, nos plantamos con nuestro cutre-lote en el lugar donde teníamos el “appuntamento”. Después de llegar allí y esperar un rato mientras bebíamos una copa, nos dimos cuenta que sólo estábamos nosotros cuatro y el frío que nunca nos abandona. Fue en ese momento cuando nos percatamos de lo que ocurría en realidad, “no iba a venir ni Paco”. Otra vez ese tipo no haría acto de presencia y, como él, el resto de Erasmus con los que habíamos concertado la cita. En honor a la verdad, tengo que decir que sólo aparecieron dos personas más a parte de nosotros. Pero de Paco, nuestro “más amigo”, nunca volvimos a saber nada. Esperemos que la próxima vez nos avise para no tener que esperarlo aguantando temperaturas extremas.



Naturaleza Polivalente


Desde pequeño siempre he estado en pleno contacto con el medio ambiente. De hecho, todos los domingos quedaban reservados a pasar un día respirando aire puro en el campo. Mis padres, mi hermano, los amigos de mis padres, sus hijos, los que quisieran apuntarse y yo. Todos pasábamos una jornada muy entretenida. Cogiendo espárragos, redescubriendo cada rincón del bosque, revolcándonos por las inmensas montañas de arena... Poco a poco, y con la edad, esa práctica se fue perdiendo. De mayorcito tan sólo recuerdo algunos días en los que los amigos, como algo excepcional, decidíamos entrar en contacto con la naturaleza. Por supuesto, lo vivíamos de forma diferente a mi primera etapa campestre. Después cambié, directamente, lo verde por la playa.

Pero, todo ha vuelto a sus inicios y, como no, ha sido en Roma. Mi compañera de aventuras y yo, hartos de sufrir una especie de atracción fatal para con nuestra habitación, decidimos hacer un poco de turismo a lo campesino. Preparamos unos bocadillitos de pan de molde y nos encaminamos hacia lo que prometía ser una feliz comida apacible en Villa Borghese. Para los que no sepan de que se trata, os hablo de una de las zonas verdes más grande de esta ciudad y situada en pleno centro turístico. El día acompañaba en cuanto a rayos de sol se refiere, pero el viento frío heló un poco nuestro espíritu silvestre. Una vez teníamos la vista recreada con tanto color hoja, nos dispusimos a consumir nuestros manjares y una manzana de postre a lo Robbin Hood. Un par de fotos y huimos, literalmente, porque estábamos en estado de precongelación, y sin el pre también. Ya habíamos comprobado que somos de naturaleza polivalente: lo mismo éramos capaces de permanecer encerrados en casa durante un fin de semana como de lanzarnos a disfrutar durante unas horas de la biosfera.

En nuestra fuga nos topamos con un edificio enorme del que no teníamos conocimiento. Al acercarnos pudimos ver que estábamos ante la “Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporánea”. Mi amiga y yo apenas lo dudamos un segundo. Debíamos entrar y lo hicimos. Después de parrandearnos lo suficiente por el ecosistema, no queríamos desperdiciar la oportunidad de deleitarnos con obras de Van Gogh, Monet, Klimt o Pollock. Hora y media de auténtica cultura que, sumada a unos treinta minutos de relación con el entorno, han contribuido a que el día de ayer, domingo por cierto, tenga un puesto reservado en mi recuerdo junto a aquella época bucólica.

No se pueden pedir peras al olmo


La ciudad (Roma, para los más despistados) que me acoge durante seis intensos meses no deja de sorprenderme. Esta vez lo ha hecho deportivamente, concretamente a través del “Calcio”. Sí, ese juego en el que veintidós chambones se pasan noventa minutos corriendo detrás de un balón con la mera intención de encajarlo en una red sostenida por tres palos. Se trataba de un partido entre la Roma y la Juvent. Siento mucho no poder dar datos futbolísticos más precisos sobre el encuentro y la situación de los equipos, pero he de confesar que me aborda una amplia incultura en este ámbito.

Mis compañeros de aventura y yo, no pudimos resistirnos, así que nos dejamos llevar por la emoción del acontecimiento. No nos lo podíamos perder, sobre todo por el módico coste de diez euros. Cuando nos dispusimos a comprar las entradas, tan sólo quedaban localidades a dicho precio en el fondo norte del Olympico romano. Nos dio igual, pero una duda nos sacudió a todos a la vez: ¿Con qué equipo iríamos para evitar problemas con los hinchas italianos? Lo decidiríamos al llegar allí.

Llegamos al estadio con algo más de media hora de antelación y cargados de bebidas alcohólicas y otros menesteres. Una vez localizado nuestro acceso, tuvimos que pasar por unos tres registros. La “polizia” nos revisó las entradas, los bolsos y nos cacheó. Las bebidas, sin tapones, pasaron, pero los otros menesteres no corrieron la misma suerte. Una vez dentro, y antes de ir a nuestros sitios, nos invadió una necesidad biológica. Más tarde, nos arrepentiríamos de haber visitado aquellos baños que trasladaron a una amiga a su pasado viaje a tierras marroquíes. Por fin, y tras pasar por encima de algunos espectadores, conseguimos sentarnos, aunque no eran nuestros puestos asignados. Daba igual, estábamos allí y en el bando de la Roma. De pronto, comprendimos el por qué del precio tan económico de las entradas. Junto a nosotros estaban los “tifosi”, o sea, los ultras de la Roma. Y al otro lado, separados por un muro de plástico duro y un cordón policial, los radicales de la Juvent. Una vez asumida la situación, estaba claro a favor de qué equipo iríamos, y en cuestión de segundos vitoreábamos con ellos cantos ofensivos hacia los aficionados del equipo contrario. En lo que no estábamos dispuestos a participar fue en la guerra de lanzamiento de botellas y tapones, que paradójicamente podían comprarse dentro del estadio. Lo demás, podéis imaginarlo: un romano con una brecha en la cabeza, bengalas, petardos, insultos, frases irrepetibles...

Pero de todo esto, lo que más llamó mi atención fue el nivel de lavado de cerebro, si es que les queda algo, al que pueden llegar los “tifosi”. Todos de pie, reunidos frente a su líder que, de espaldas al campo durante todo el partido, va entonando las premisas. Como auténticos gorilas, repiten al mismo tiempo los cánticos que les ordena su cabecilla. Cualquier acción llevada a cabo, a su entender, en su contra por el mediador del juego, les irrita de tal manera que se lanzan contra los muros de plástico intentando atravesarlo con su rabia y sus patadas. Muestras de violencia de forma continúa, mientras que por los altavoces del Olympico se ruega un comportamiento civilizado. Algo que, que por cierto, me pareció ridículo. No sé pueden pedir peras al olmo, ni actuaciones cívicas a las cabras.

Desde la ilusiòn


Como cambia la vida. Una tarde, como podía haber sido otra, en un lugar sin importancia y a una hora cualquiera, recibes la noticia que tanto ansiabas, pero que tanto miedo te daba. En un segundo, decides qué hacer con tu existencia. Surgen algunas opciones. Puedes perderlo todo y ganar más; puedes quedarte con lo que tienes y perderte lo que nuca tuviste; puedes no perder nada y ganarlo todo; o puedes ni perder ni ganar nada. En el fondo lo tienes claro, eliges ganarlo todo. Pero en realidad tienes la certeza de que no será así, aún así te arriesgas.

En algo más de un segundo, cambias, que no sustituyes, amigos, ciudad, país, idioma, cultura... Del sur andaluz a la capital del cristianismo. La mismísima Roma. Y todo gracias a la archiconocida beca Erasmus. Sí, esa que algunos intelectuales consideran una escapatoria cobarde a la inserción en el mundo laboral. Lo siento pero yo, directamente, lo llamo maniático resentido. Así y todo, son, concretamente, seis meses de huida universitaria que han terminado por ser la mayor ilusión, y quizás la única por el momento, de algunos de nosotros.

Un segundo màs...


Una vez recibí una carta de un amigo murciano que tiene una voz preciosa, por cierto. Me hablaba del paso del tiempo, de los segundos, de cómo dejamos escapar millones de esas pequeñas partículas ignorando todo aquello que podríamos haber hecho y no hicimos. Sus palabras, sinceras, explicaban cómo un segundo podía convertirse en toda una eternidad; y cómo podíamos olvidar una larga etapa pero, en cambio, recordar aquel segundo que nos marcó la vida. ¿Cuánto daríamos por un segundo más?

Durante estas fiestas navideñas, unos científicos afirmaron que la última hora del pasado fin de año tendría un segundo más que de costumbre. Según la explicación que ofrecieron, a nuestro querido, pero maltratado, planeta le cuesta cada vez más llevar a cabo sus funciones. Es decir, que la tierra tardaría un segundo más en realizar los movimientos de rotación y traslación. Por lo tanto, de alguna forma había que hacer coincidir el tiempo humano con el del universo. Y así lo hicieron. Le robaron una gota al tiempo.

Parece fácil, ¿verdad?. De todos modos, absténganse de hacerlo solos en casa aquellos que piden un segundo más cuando suena el despertador; aquellos que llegan un segundo tarde a todas sus citas; aquellos que necesitan un segundo para hacerse entender; aquellos que deseen un segundo para ser escuchados; aquellos que en el último segundo no dijeron lo que sentían en realidad y ruegan otro; y, sobre todo, aquellos que quieren permanecer un segundo más en la ciudad eterna.




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